Manejo un Nissan Kicks. No se preocupen, yo tampoco conocía el modelo antes de llegar a este país. Es más, nunca había tenido un auto antes de llegar a este lugar. No tengo nada contra los autos, solo me desespera llegar a un lugar contra el tiempo y perder más tiempo buscando dónde estacionar la máquina que seguramente será desmantelada por algún ladrón de paso. Tres radios, dos pares de espejos y cuatro chapas reventadas fueron suficientes para alejarme de cualquier compra de auto en Chile.
Pero aquí es diferente, Houston es una ciudad de autos. Las carreteras tienen tres niveles y las calles mínimo dos pistas y máximo cinco. Las veredas son pedazos de concreto que se interrumpen si acaso el dueño del terreno no se interesa en la vida del peatón. Tanto es así que vivo cerca de una oficina de correos y, cuando camino hacia ella, la vereda se corta cuatro pasos antes de llegar. Me inquieta ese espacio, siempre me detengo más de lo necesario porque mi mente se demora en procesar que el objetivo de la vereda se desmorona ante esos pasos que doy sobre el barro y pasto.
Cuando llegué a Houston estuve en un hotel 45 días. Tuve auto pagado por la Compañía 30 días y rápidamente me di cuenta de que el asunto “Auto” sería de extrema urgencia. 30 días para conseguir auto, 45 días para conseguir casa y 60 días para aplicar a la licencia de conducir. Todo cronometrado, todo avanzando a un ritmo que no me interesaba controlar. Es como cuando intentas hacer resistencia a las olas, mejor déjate llevar e intenta salir en el momento que el mar te lo permita. Así, de esquina a esquina, de hito en hito, fui clavando las uñas en este país de países.
El Nissan no fue precisamente mi elección. Este auto fue el primero que me ofrecieron, estaba dentro de lo que podía pagar con mis ahorros y un crédito. Seguramente me estafaron con los precios, pero preferí pagar el costo de que alguien hiciera todos esos trámites por mí y asegurarme que después de 30 días estaría manejando mi propio auto. ¿Cómo fue que llegué a tener esta urgencia? Una mujer amante del transporte público, y de las caminatas solo comparables a las de los mormones, había caído en una ciudad enorme donde el sistema de buses solo está pensado para movilizar a la gente de las afueras hacia el interior de la ciudad. Acostumbrada a mis taxis de techo amarillo y puertas negras, busqué el equivalente sin encontrarlo porque solo existe uber y todos los autos se ven iguales.
Así que aquí me tienen. Manejando un Nissan Kicks que tiene todo de práctico y bien poco de elegante. No me malinterpreten, el señor Nissan hizo bien su trabajo. El modelo es bastante lindo y sobrio, sin embargo, la dueña del auto lucha por mantener limpio su exterior -en otra ocasión hablaremos del interior. Siempre que lo comparo con otros autos se ve excesivamente empolvado, es como si los otros hubieran salido recién de fábrica. Luego de casi dos meses ya siento que tengo que buscar cómo limpiarlo profesionalmente y ahí es cuando me entero del secreto houstoniano. La popular cadena “Mister Carwash” ofrece un servicio de lavado y sellado con un líquido que le da un efecto tipo espejo. Cómo iba a saberlo a simple vista, recién estoy descubriendo qué marca va con qué logo.
Manejar es un caos en esta ciudad. Decidí que por sanidad mental no usaría las carreteras. Aquí el vaquero se bajó el caballo para subirse a otro que pudo diseñar a su manera. Claro, porque aquí no basta con comprar el auto más grande que puedas encontrar, Texa’s Size, sino que también le compras ruedas que te hagan ver el cielo más de cerca. Al vaquero le gusta escuchar como ruge su carruaje, detenerse en una luz roja y creer que está solo esperando la verde porque los otros autos son demasiado pequeños como para considerarlos. Ah, pero si alguno se atreve a sobrepasarlo o interrumpir su sueño americano con cualquier maniobra, bueno, el vaquero se larga a un tailgaiting donde gana el que tiene la carrocería más pesada. La primera vez que me dijeron la palabra no me hacía sentido su significado. La primera vez que vi un video de esto estaba en el hotel tomando desayuno, las noticias siempre encendidas en cuatro pantallas diferentes, y en eso reportaje de los accidentes por persecuciones de autos en las carreteras. Literalmente las imágenes mostraban camionetas texanas chocándose lado a lado mientras aceleraban en la carretera. Horrorizada le comenté a mi compañera de mesa lo que estaba viendo y ella, me mira un segundo, para luego decir mirando a la fruta de su plato: “Ayer mataron a una chica fuera del hotel porque chocó un auto por alcance. Se bajó a discutir con el otro chofer y en eso que se calentó la discusión, él sacó una pistola y le disparó a quemarropa”. Tragué el café y simplemente perdí las ganas de seguir comiendo mis tostadas con mantequilla.
Aquí puedes doblar a la derecha si no viene alguien, incluso teniendo luz roja. El disco pare están en las cuatro esquinas de la intersección, todos se detienen y van cediéndose el paso uno a uno por orden de llegada. Suena peor de lo que es realmente. Al principio temía que fuera algo así como la ley del que llega más rápido. En mi mente ilustrada, un vaquero frente a otro viendo quién dispara primero. Pero en la práctica es bastante civilizado y de momento no he visto accidentes.
En el auto pongo mi música. Estoy escuchando a Mercedes Sosa y pienso en cómo el sueño bolivariano dio forma a una cultura latinoamericana tan especial. Pienso en Charly García, Luis Alberto Espineta, Pablo Milanés, Violeta Parra, Víctor Jara, Silvio Rodríguez y tuti cuanti canta-autor de esa generación que hicieron una resistencia a las dictaduras de su época. Cada país con su gente, el continente con sus voces y bueno, la historia dirá si hubo otras cosas.
¿Qué hora es? Miro el tablero y tengo una hora, veo el panel de la radio y veo otra, aprovecho de ver el reloj y adivinen… es diferente a las dos anteriores. En cualquiera de los tres casos se confirman dos cosas: primero, que tengo un serio problema con la organización de las horas desde que llegué a este país, y segundo, voy justa de tiempo por lo que debería apurarme en llegar. Hay una luz roja, me detengo. Charly canta y se me va la mente en leer la patente del auto del frente. “TVY-18” Televisión Y, TodayVengoYesterday, Todavía Vengo Y… Cresta hay que avanzar. La mente se me va en esos juegos insulsos de crear palabras con las patentes. Viene otro semáforo y veo que va a cambiar de color, pero ando a una velocidad bastante alta como para no detenerme de golpe, pero lo suficientemente baja como para que no me parteen por exceso aunque claro, esto último también es discutible.
Cuando fui a sacar mi licencia aquí me reprobaron la primera vez. Todo fue muy raro, fui con mi asesora de reubicación de la empresa y la persona que me atendió pensó que era mi mamá y yo estaba sacando licencia de conducir por primera vez. Tampoco me veo tan joven para eso y ella tampoco tan mal para eso. Para comprobar mi visión me dijeron que retrocediera cuatro pasos y me mostraron una hoja con letras. Me pareció tan extraño. Solo dije que veía todo y pasamos a la siguiente pregunta. Mi palabra contra el mundo. Si supieran que uso lentes de contacto porque tengo 4.75 de miopía en los ojos. Luego del papeleo me llevaron a manejar con un instructor que primero verificó que el auto que manejaba tenía seguro vigente y me pertenecía. Me tocó un señor de ascendencia india que no habló en todo el viaje, solo cuando regresamos se giró y me dijo que estaba reprobada por manejar casi todo el trayecto a una velocidad inferior a la permitida. Sí, tuve que pedirle que me lo repitiera, MENOR a la permitida. Verán, el límite de velocidad son 30 millas por hora y uno debe manejar a eso o 5m/h sobre ese número. Dejando de lado que para qué ocupan la palabra límite, si es para decir que sobre este hay otro límite después, mi estupefacción me imposibilitó apelar a su decisión y tuve que reagendar para una semana después. Esa vez sí aprobé.
¿Esa era una luz roja? No, seguramente estaba amarilla cuando salí y llegué en roja al otro lado. ¿Eso contará como infracción? Sobre los semáforos hay cámaras, pero me aseguraron que no sirven para sacar multas empadronadas. En definitiva, Dios debe quererme demasiado como para mantenerme manejando en este país donde los autos vuelan y los peatones son una especie rara en extinción.
Continúa con la historia con la primera parte: “Houston, tenemos más de un problema”