Violencia, caos, heterogeneidad, ansias de libertad son algunas de las ideas que aparecen inmediatamente cuando pensamos en Sudáfrica; un pueblo que surge con una identidad propia a partir de la mezcla de pueblos originarios del continente (khoisan y nguni-sotho), las colonias europeas y la comunidad india implantada como mano de obra. Una producción artística vasta y compleja para un lugar que parece dañado y detenido en el tiempo.
Christopher Heywood, experto en cultura y literatura sudafricana, divide la literatura sudafricana en un antes y un después, cuyo punto de quiebre es la masacre de Shaperville (1960), donde tras la matanza de hombres, mujeres y niños que protestaban en contra del régimen del apartheid se provocó una unión del pueblo afrikáner y la conformación de la sociedad sudafricana como la conocemos actualmente.
Podemos evidenciar dos primeros tópicos que atraviesan el panorama artístico: la violencia y la segregación. Desde la migración de los pueblos aborígenes del norte africano hasta la lucha contemporánea con rostros como Nelson Mandela y Mahatma Gandhi, la violencia y la segregación son dos elementos motores tanto de los momentos más importantes socio-políticos de Sudáfrica como de la producción de sensibilidad artística.
La literatura tendrá desde un primer momento un evidente sentido social, pero al mismo tiempo será esquiva e indirecta, el ejemplo más representativo es Cape Town; comuna cerrada y vigilada por los británicos donde se restringía la mayoría de los gestos emancipadores o que impliquen una organización como sudafricanos. La poesía, con sus primeros exponentes como Krune Mqhayi, Herbert Dhlomo o Benedict Vilakazi, nos mostrarán el miedo a la muerte, el sentimiento de derrota, la búsqueda de identidad y la injusticia de su continente por sobre el resto del mundo. El teatro, por su parte, será el género social por excelencia que comenzará con representaciones teatrales antiimperialistas y, desde los años 60 con el aporte de dramaturgos como Athol Fugard y Zakes Mda, se tornará a un teatro interactivo, donde la audiencia también participará como autores y actores de la acción; gestos vanguardistas que reflejan la búsqueda de un fenómeno político: una sociedad libre y el fin de la violencia.
Por su parte, si observamos la conformación misma de la sociedad sudafricana es inevitable percatarnos de una confusión identitaria, una mixtura de pueblos y culturas. Más que un sincretismo cultural o un mestizaje, nos encontramos frente a una transculturación radical, una creolisation, una multiplicidad de voces casi patológica para un solo cuerpo ahora llamado Sudáfrica. El género de la sátira es un buen ejemplo de ello, pues será uno de los fenómenos artísticos más importantes del primer momento de la literatura sudafricana, que viene a releer el canon europeo y se mezcla con la tradición oral autóctona.
Ahora bien, frente a este panorama surge un tercer tópico: la forma de generar memoria, de instaurar una verdad. ¿Cómo se logra construir un discurso histórico frente a un contexto tan controlado, limitado y supeditado ya sea a potencias externas como al caos identitario interno? El fenómeno artístico reaparece; la literatura ha logrado desde los inicios de Sudáfrica ser uno de los medios más importantes no solo para transmitir cultura, sino también para implantar memoria. Lo interesante es que dista de las formas ortodoxas de representar una realidad: el trabajo de la subjetividad, las voces, las analogías, las metáforas comunes, los estilos, entre otros aspectos estéticos, son aspectos fundamentales en el estudio artístico e histórico de esta cultura. Los géneros literarios, en especial la narrativa, pasaron desde voces marginales hasta un nuevo canon que ha logrado llegar a niveles de representatividad y problematización que el discurso histórico y político no ha podido.
Uno de estos elementos es el cuerpo, el cual ha sido un tópico recurrente en la literatura sudafricana y ha permitido una serie de lecturas y relecturas. Desde las primeras poetisas afrikáners como Elisabeth Eybers y Ruth Miller hasta el galardonado sudafricano J. M. Coetzee la representación del cuerpo ha sido una especie de espejo, una forma de materializar, a través de la corporalidad una crisis “ontogenética” de Sudáfrica. Es por ello que vemos generalmente no solo cuerpos, sino cuerpos en su mayoría femeninos, violados, golpeados, mutilados, con cicatrices; un testimonio que lucha contra la evanescencia de un pueblo que parece olvidado por el resto del mundo.
Lo anterior mencionado, son tan solo algunos tópicos, ideas que permanecen presentes, se metamorfosean y trascienden a lo largo de una cultura. Sin embargo, no cabe duda que son algunas claves para comenzar a considerar y comprender una literatura que parece no tener lugar ni en occidente ni en oriente, un lugar obnubilado que nos recuerda a Latinoamérica por lo policromático y polifónico.