Cómo tocar el horror, sentir la barbarie. “¿Cómo palpar la realidad de la crisis del otro a través de los cinco sentidos?”, es lo que se pregunta la destacada profesora de la Universidad de Berkeley, Francine Masiello en “Cuerpo y catástrofe“, invitándonos a reflexionar en torno a la correlación de cuerpo y horror en la literatura actual.
Al parecer es preciso “estar en el presente”—que es sentir nuestro cuerpo, su inmediatez— para conseguir tocar el interior del ser y despertar nuestros afectos. Aquel acto sería lo que define lo humano y nos permite experimentar tanto la belleza del universo como el dolor, la muerte, la crisis del otro. La paradoja de la literatura del horror es que debido a la catástrofe—a la que cerramos los ojos o hacemos oídos sordos—, es que se siente la necesidad de escribir.
Esta literatura quiere volvernos sensibles al horror a través de una extraña combinación de placer estético y escenas atroces. Masiello destaca que esta propuesta “parte de la experiencia del cuerpo”, como si necesitáramos sufrir las cicatrices de la historia. Y las palabras, entonces, se vuelven una especie de virus que recorre los cuerpos, “se somatiza la historia”. Célebre es la frase del filósofo alemán Adorno, “escribir después de Auschwitz es un acto de barbarie”. ¿Qué decir después del horror, hay palabras suficientes? Solo queda el silencio. Tal vez lo bárbaro para Adorno será resucitar a los caídos, describir la muerte y compaginar en un libro este horror recurriendo a la belleza estética de las palabras. ¿Será mejor guardar silencio? De seguro no lo era para Adorno, de origen judío.
Una de las hipótesis de la autora norteamericana es que pasamos por la crisis del neoliberalismo y hoy vivimos la alienación de la era virtual (que superó con creces el “vigilar y castigar”). Vivimos en la época del tacto, se busca la experiencia directa a partir de lo palpable, de los cinco sentidos, queremos sentirnos vivos y probar los efectos de la realidad como un shock del cuerpo. El mundo pone tanto énfasis a lo invisible, a la fascinación por lo virtual, que más que nunca se intenta rescatar lo palpable. La literatura, entonces, como oficio que trabaja con la ausencia, más que nunca se hace cargo de la materialidad, del cuerpo que recibe las marcas de la vida y la muerte; mientras afuera de las páginas, al cerrar el libro, triunfa el imperio virtual en el mundo real.
En palabras de Masiello: “a través de los cuerpos, por medio de lo sensorio humano, la literatura descubre nuevamente la materialidad de la experiencia. Es producto de las palabras, pero la sentimos en la piel”. La novela actual recoge múltiples escenas de cuerpos desaparecidos, viajeros sin nombre, exiliados; personajes con defectos físicos “ilegibles”, cuerpos dañados, enfermos. Hechos y habitantes de las fronteras se hacen por fin visibles, trayendo consigo lo innombrable. Como el caso de 2666 de Roberto Bolaño, novela que describe los cientos de crímenes a mujeres violentadas en Ciudad Juárez (México), “cuerpos que pueblan el paisaje” en un completo anonimato, en donde “nadie es responsable por los hechos; nadie se hace cargo de nada”. La novela actual escribe del fracaso, de la adicción a la rutina, la banalidad diaria, como si estuviera “en espera del shock que nos despierte de la acedia y del tedio de lo cotidiano”.
Masiello expone dos brillantes y extensos análisis de lectura de catástrofe de dos escritores chilenos: precisamente 2666, de Roberto Bolaño (centrándose en el cuarto libro titulado “la parte de los crímenes”); y la novela Jamás el fuego nunca, de Diamela Eltit. También reflexiona sobre “los cuerpos destrozados por la dictadura”, que en su libro INRI el poeta nacional Raúl Zurita llama “carnadas”.
Y acercándose aún más a Chile, la profesora de la Universidad de Berkeley expone “el tratamiento másmediático de los cuerpos” en la cobertura que le dieran los medios al terremoto y tsunami ocurrido en 2010 en nuestro país; lo que Diamela Eltit denunció como el “espectáculo del dolor”. Tal vez la literatura del horror nos lleva como lectores a un shock corporal y con ello a una exigencia ética que nos aliente a despertar ante la realidad que vivimos.
Texto reseñado: “Cuerpo y catástrofe“, de Francine Masiello